5/27/2016

Grietas de la hipótesis del mercado eficiente

Una de las premisas de la teoría del mercado eficiente es que los agentes económicos distribuyen los recursos hacia su uso más eficiente. Cuando hablamos de inversiones, evaluamos la eficiencia de estos recursos a través del valor presente de los flujos de caja que nos aportará dicha inversión en el futuro.



Así, cuando queremos invertir, lo haremos en aquellos recursos que nos aporten un valor positivo, es decir que nos hagan ganar más de lo que gastemos, al menos a priori. 

Si, por ejemplo, tenemos una fábrica de alimentos procesados y tenemos que comprar una nueva máquina de envasado o un camión más para apoyar en la distribución, analizaremos el coste de estas inversiones, los flujos de caja que nos aportarán y, al final de su vida útil, si nos aportará algo la venta (o nos supondrá un coste más dar de baja el camión o retirar la máquina). 

Lo mismo con la economía financiera: invertiremos en aquellas acciones que, al menos a priori, tengan un flujo de caja esperado positivo. Da igual que esta entrada de caja sea a través de dividendos a lo largo del tiempo o del efectivo que hagamos con su venta en el futuro mientras sea positiva (en realidad no da igual, por temas de impuestos etc, pero no viene al caso, lo importante aquí y hoy es la idea de que un ser racional sólo hace salidas de caja en aquello que le proporcionará entradas de caja superiores en el futuro. Es decir, que el valor presente es positivo.

De acuerdo a la teoría del mercado eficiente, que da por hecho que el ser humano es racional, deberíamos invertir en todo aquello que nos aporte flujos de caja positivos y en igualdad de condiciones (por ejemplo, mismos plazos, etc) elegir el proyecto con mayor valor presente (NPV).

La realidad, sin embargo, es diferente. Normalmente no tenemos que decidir si comprar un camión y una nueva máquina sino si comprar un camión o una nueva máquina. No decidimos entre comprar la acción x y la acción y, sino si comprar la acción x o la acción y. Esto es, no tenemos capital para todo y hay que racionalizarlo. Lo que supone rechazar proyectos con NPV positivo o incluso con el mayor NPV. 

Imaginemos entonces que, por ejemplo, tenemos los siguientes cinco proyectos con similares características (por ejemplo, plazos, riesgos, etc):

A: Inversión inicial -1200, NPV 150
B: Inversión inicial -1000, NPV 120
C: Inversión inicial -800, NPV 50
D: Inversión inicial -500, NPV 40
D: Inversión inicial -200, NPV -20

De acuerdo a la teoría del mercado eficiente, escogeríamos los cuatro primeros porque tienen NPV positivos y son los que crearían más valor. Pero el problema es que si nuestro presupuesto es de tan sólo 1.500 €, nos veremos obligados a tratar de mejorar lo máximo posible el resultado, optimizando la suma de los proyectos. 

Así, por ejemplo, podríamos elegir los proyectos B y D, cuya suma de NPV es la máxima entre las posibles elecciones. Por lo tanto no llevaríamos a cabo el proyecto A a pesar de ser el de mayor NPV, lo que supone una violación de las premisas de la hipótesis del mercado eficiente. 

Como hemos comentado en otras ocasiones, los mercados financieros son bastante eficientes. Pero las premisas que asume la hipótesis del mercado eficiente no siempre son realistas ni se adaptan a la complejidad de la realidad humana. Por lo tanto, a pesar de ser una buena teoría, tiene sus grietas. 

Y dentro de esas grietas, es donde se esconden los tesoros para quienes sepan interpretar bien los mapas.

Tomás García-Purriños, CAIA
@tomasgarcia_p
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