Los bancos centrales de todo el
mundo desarrollado están agobiados por el miedo a la deflación. No deberían
estarlo: este miedo es infundado y obsesionarse con el mismo es perjudicial. En
el siguiente enlace puedes ver en uno de nuestros anteriores post donde se
explica los tipos de deflación que no precisamente tiene que ser mala.
http://www.lavueltaalgrafico.com/2015/10/deflacion-tan-mala-como-dicen.html
Japón es la estrella de la
cartelera cuando se trata de este temor. En los últimos diez años, el IPC
japonés ha sido nulo o negativo. En el año 2013, las décadas de caídas (suaves)
en los precios llevaron a que el Banco de Japón se embarque en una ofensiva
monetaria sin precedentes. Sin embargo, si bien la inflación general se
incrementó durante un tiempo, los factores impulsores de dicho aumento, una
depreciación competitiva del yen y un aumento de impuestos no duraron mucho.
Ahora, el país está deslizándose nuevamente con dirección a una casi deflación,
situación que está siendo resaltada en titulares que cuanto menos incitan al pánico.
Pero, contrariamente a la
impresión creada por las noticias difundidas por los medios de comunicación, la
economía japonesa está lejos de estar moribunda. El desempleo prácticamente ha
desaparecido; la tasa de empleo continúa alcanzando nuevos máximos; y, el
ingreso disponible per cápita va en constante aumento. De hecho, incluso
durante las llamadas “décadas perdidas” del Japón, el ingreso per cápita creció
tanto como lo hizo en Estados Unidos y Europa, y la tasa de empleo se
incrementó, lo que sugiere que puede que la deflación no sea tan nefasta como
los bancos centrales parecen creer que lo es.
En EE.UU. y Europa, también hay
pocos indicios de que esté ocurriendo alguna calamidad económica a consecuencia
de que los bancos centrales no alcanzaron sus objetivos de inflación. El
crecimiento continúa siendo sólido, incluso podría considerarse sensacional, y
el empleo va en aumento.
Hay dos problemas principales con
el actual abordaje de los bancos centrales. En primer lugar, los bancos
centrales se centran en los precios al consumidor, y dichos precios son el
objetivo equivocado. Los precios al consumidor están cayendo por una razón muy
simple: los precios de la energía y de otras materias primas han disminuido, en
más de la mitad, durante los últimos dos años. El descenso de dichos precios
es, por lo tanto, temporal, y los bancos centrales deberían mirar más allá de
dicha disminución, de manera similar a cuando ellos miraron más allá del
aumento de los precios al consumidor durante la época en la que los precios del
petróleo estaban en alza.
Por el contrario, los bancos
centrales deberían centrarse en la tasa de aumento de los ingresos, que se mide
como el crecimiento del PIB nominal; al fin de cuentas, esto es lo que es de
importancia para las empresas y los gobiernos que se encuentran altamente
endeudados. Según lo que muestra esta medida, no hay deflación: El índice de
precios del PIB (llamado deflactor del PIB) en los países desarrollados está
aumentando en un 1 a 1,5%, en promedio. En la eurozona, está aumentando en un
1,2%. Puede decirse que este crecimiento no alcanza a cumplir con el objetivo
del Banco Central Europeo que es situarse “por debajo, pero cerca del 2%”; sin
embargo, el margen de diferencia no es lo suficientemente sustancial como para
justificar que el BCE recurra a instrumentos de política monetaria cada vez más agresivas.
Por otra parte, el crecimiento
del PIB nominal es superior a la tasa de interés a largo plazo. Como suele ser
el caso, cuando la tasa de interés a largo plazo ( retorno
sobre el capital) es más alta que la tasa de
crecimiento del PIB, los ricos pueden acumular riqueza más rápidamente que el
resto de los participantes, está es la idea principal del último libro del economista francés Thomas Pikkety ( el capital del siglo XXI) que tanta controversia ha generado entre los propios economistas. Pero hoy en día, el crecimiento nominal
del PIB es muy superior a las tasas de interés a largo plazo promedio (que, en
algunos países, incluyen primas de riesgo de hasta 100 puntos básicos) inclusive
en la eurozona, donde se espera que el crecimiento del PIB nominal llegue a
alrededor del 3% este año. Esto significa que las condiciones de financiación
son tan favorables como lo fueron en el pico del auge de crédito en el año
2007, y mucho mejores de lo que han sido en cualquier otro momento durante los
últimos veinte años.
Se podría esperar que esto sirva
de evidencia para obligar a que los bancos centrales replanteen sus
preocupaciones actuales sobre la deflación. Sin embargo, ellos continúan
comprometidos con la consecución de sus objetivos de inflación, convencidos de
que incluso un ligero episodio de deflación podría iniciar una espiral
descendente, que llevaría a la caída de la demanda, lo que a su vez llevaría a
que los precios bajen aún más. Este es su segundo error.
Por supuesto, sí existe la
posibilidad de que se presente una espiral deflacionaria, y sus consecuencias
podrían ser graves. Si las tasas de interés reales estuvieran en niveles
significativamente positivos, la demanda podría caer de forma abrupta,
empujando a los precios a la baja, hasta el punto de que se tornaría imposible
para los prestatarios pagar sus deudas. Tal espiral contribuyó a la Gran
Depresión durante la década de 1930 en EE.UU., en dicha época los precios
cayeron, en el transcurso de algunos años, en aproximadamente 20 a 30%.
Sin embargo, en la actualidad
estamos muy lejos de tales condiciones. De hecho, las tasas de interés
nominales están en cero, mientras que los índices más amplios de precios están
aumentando, aunque sea suavemente. Teniendo en cuenta que las condiciones de
financiación son tan favorables, no es sorprendente que la demanda interna se
haya mantenido sólida, permitiendo que en casi todas partes el desempleo
retorne a los niveles mínimos registrados antes de la crisis.
La eurozona es la única economía
desarrollada de gran tamaño donde el desempleo sigue siendo sustancial, y por
lo tanto, la única economía en la que se podría argumentar sobre el riesgo a la
baja que trae consigo la deflación. Pero incluso en la eurozona el crecimiento
del PIB está ligeramente por encima (exiguamente, se debe admitir) de su
potencial, de manera que la brecha del producto restante se está cerrando
gradualmente.
Por otra parte, la única razón
por la que el desempleo continúa elevado en la eurozona es que la tasa de participación
en la fuerza laboral ha seguido aumentando durante la recesión; y, de hecho, el
empleo está volviendo a los niveles previos a la crisis. Este argumento es
completamente opuesto al que esgrimen como advertencia los policias de la
deflación. La popular hipótesis del “trabajador desalentado” sostiene que un
resbalón hacia dentro del ámbito de la deflación es costoso, debido a que una
larga recesión induce a que los trabajadores salgan completamente de la fuerza
de trabajo. Simplemente, esto no es cierto en Europa hoy en día.
La evidencia es bastante convincente. Los bancos
centrales de las economías desarrolladas deberían superar su miedo irracional
respecto a una espiral deflacionaria, y deben dejar de tratar de estimular, de
manera desesperada, la demanda. De lo contrario, se encontrarán con balances de
resultados inmensamente expandidos, y muy poco que mostrar como resultado de
los mismos.
Javier Flórez
@FlorezJav